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ROAKS - CAP00 - Dossier de prensa: 5 Secretos Inesperados de la "Pequeña América" en el Madrid de Franco

5 Secretos Inesperados de la "Pequeña América" en el Madrid de Franco

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En la España de 1972, la imagen popular es la de un país aparentemente monolítico y gris, aislado y firmemente bajo el control del régimen franquista. Sin embargo, a las afueras de Madrid prosperaba una realidad paralela y deslumbrante: Royal Oaks, una vibrante y autosuficiente comunidad estadounidense que vivía según sus propias reglas. Esta "Pequeña América", creada para albergar al personal de la base aérea de Torrejón, no era solo un conjunto de chalets; era un microcosmos cultural que convivía en un delicado equilibrio con su entorno. Bajo la superficie de esta aparente coexistencia, bullían historias de espionaje, choques culturales, economías sumergidas y anécdotas insólitas que desafiaban por completo las convenciones de la época. Este artículo desvela cinco de sus secretos más inesperados.

1. Una ciudad americana autosuficiente a 7 minutos de Madrid

Royal Oaks, conocido como El Encinar de los Reyes por los españoles, fue concebido como un enclave estadounidense completamente autónomo en suelo español. Su origen se remonta a un anuncio del diario ABC de 1957 que prometía "Dos ciudades residenciales una en Madrid y otra en Zaragoza, de porvenir garantizado". Lo que surgió fue mucho más que una urbanización: era una burbuja cultural a apenas siete minutos de la capital.

La comunidad contaba con todas las instalaciones necesarias para no tener que interactuar con el exterior. Disponía de sus propios colegios (Elemantary, en ROAKS, y High School, en la Base), un supermercado (conocido como BX) abastecido con productos importados, tiendas, clubs sociales y un cine que estrenaba las últimas películas de Hollywood, según calculaba un residente, con un año y medio de antelación respecto a las salas españolas. Incluso los servicios religiosos eran multiconfesionales y se celebraban en el teatro del complejo, un lugar que los residentes apodaron coloquialmente la "Pop Corn Cathedral" (la catedral de las palomitas).

Esta autosuficiencia permitía a sus habitantes vivir un estilo de vida puramente americano. Desde el aroma de las hamburguesas en una parrilla que "siempre olía maravillosamente" hasta las celebraciones de Halloween o el 4 de Julio, todo transcurría como si estuvieran en su país de origen. Sin embargo, esta burbuja no solo importaba cultura y consumo, sino también los problemas sociales de la época. Las tensiones raciales que se vivían en Estados Unidos llegaron a manifestarse en el instituto durante los incidentes del "Viernes negro". Este enclave representaba un contraste tan marcado con la vida en el resto de España que, para muchos, cruzar su entrada era como viajar a otro continente. Pero esta burbuja no solo atrajo a familias de militares; pronto se convertiría también en el refugio de leyendas de Hollywood, tan glamurosas como terrenales.

 

2. Ava Gardner, "La Bruja" y las fiestas que escandalizaron a La Moraleja

Mucho antes de que la zona se consolidara, una de sus primeras y más legendarias residentes fue la estrella de Hollywood Ava Gardner. Su chalet, un edificio de diseño moderno con una gran piscina y vistas privilegiadas de Madrid, recibió un apodo casi profético. Su nombre, "La Bruja", no fue casual: el propio promotor había coronado el tejado con una gran veleta que mostraba la figura de una hechicera sobre su escoba, un presagio de la leyenda que estaba por nacer.

A pesar del glamour, la actriz sufrió problemas muy terrenales. La falta de presión de agua en la urbanización era tan grave que se quejaba amargamente de que "no conseguía ducharse ni tirar a gusto de la cadena". Pero fue su legendaria vida nocturna lo que la convirtió en un mito. Sus fiestas y hábitos escandalizaban a la conservadora sociedad de La Moraleja, generando un choque cultural entre "el carajillo y el Johnny Walker". Una anécdota local ilustra perfectamente su carácter:

Angela, la dueña de “El León Rojo”, contaba que se sentaba siempre en la misma mesa, como esperando a alguien o a algo, le ponía una botella de Larios, una cubitera con hielo, una cuchara para cogerlos (porque no había pinzas en esa época) y hasta que no se había terminado la botella, no se iba. Venía el chófer, la recogía y se la llevaba. Se bebía la botella en unas dos horas, a palo seco o con agua.

La presencia de Gardner y otros actores internacionales que alquilaron la villa tras su marcha convirtió la zona en un inesperado foco de atención, donde la España tradicional se encontraba cara a cara con la desinhibida cultura de Hollywood. Pero las fiestas y los escándalos de las estrellas eran solo la punta visible de un iceberg de tensiones. Oculto a plena vista, se desarrollaba un secreto mucho más peligroso que amenazaba el equilibrio de la Guerra Fría.

3. La "Guerra Fría" secreta: El programa nuclear español

Bajo la apariencia de cordialidad entre dos supuestos aliados que compartían los mismos suburbios madrileños, se gestaba una peligrosa partida de ajedrez geopolítico. El secreto mejor guardado del régimen era el "Proyecto Islero", una ambición tan secreta como desestabilizadora: el plan español para desarrollar su propia bomba termonuclear. Impulsado por los servicios de inteligencia del almirante Carrero Blanco (el SECED), leal sucesor designado por Franco, y aprobado "por orden directa del Caudillo", el proyecto había cobrado un impulso decisivo tras obtener información esencial del material recuperado en el incidente de Palomares de 1966.

Estados Unidos estaba al tanto y profundamente preocupado. Mientras públicamente se celebraba la alianza, en la clandestinidad se movilizaban agentes para descubrir la verdad. Una de esas agentes, Margot Dell, se movía por el aparente mundo de amistad hispano-americana con una misión de vital importancia encomendada por la inteligencia estadounidense: determinar el alcance real del programa nuclear español. Su objetivo era claro y urgente: saber cuánto plutonio habían producido, cuál era su capacidad de producción y, sobre todo, dónde lo guardaban. La confirmación de sus sospechas era rotunda, como reflejaban los informes internos: "sabemos que están fabricando plutonio".

Esta increíble tensión se desarrollaba en silencio, con agentes de ambos países cruzándose en las mismas fiestas y clubes sociales, demostrando que bajo la piel de la amistad se ocultaba una profunda desconfianza. Mientras las superpotencias jugaban su partida de espías, a nivel de calle florecía otro tipo de guerra secreta: una batalla diaria por dólares, placer y supervivencia en la vibrante economía sumergida que creció a la sombra de la base.

4. Sexo, dólares y contrabando: la economía sumergida

La presencia de miles de militares estadounidenses con un poder adquisitivo muy superior al del español medio generó una vibrante economía sumergida. La zona de la capital que rodeaba el Edificio Corea, en la actual calle del Doctor Fleming, se convirtió en su epicentro. En una flagrante excepción a la estricta moral nacionalcatólica que regía el país, el régimen "miró hacia otro lado", permitiendo que la conocida como "Costa Fleming" se convirtiera en una "especie de zona cero para que no se propagara como la pólvora" el ambiente de liberalidad y negocio.

En la cúspide de esta economía paralela se encontraba una figura como Victoria S.S., conocida como la "Baronesa de Corinto". Era una empresaria que gestionaba una sofisticada red de prostitución de lujo con una clientela selecta de "políticos, intelectuales y financieros". Con visión de futuro, planeaba diversificar sus actividades e invertir los beneficios en el sector inmobiliario para blanquear el dinero.

Pero el mercado negro también tenía una cara más cotidiana. Los cupones de gasolina de CAMPSA, que permitían a los militares repostar a 25 centavos el galón en la base frente a los 2 dólares que costaba fuera, se revendían con facilidad. Cada cupón equivalía a 10 litros y era un bien muy preciado. Del mismo modo, los cartones de tabaco americano, como los Winstons, se convirtieron en una moneda de cambio tan valiosa que, como se decía en la época, "dos cajas de Winstons o una botella de Johnnie Walker Black cubren el alquiler". Y en este mundo de contrastes, donde lo ilícito se normalizaba, incluso la figura más intocable del régimen, el propio Generalísimo, no pudo resistir la tentación de asomarse a la "Pequeña América" que crecía en su Madrid.

5. Cuando Franco hizo una inspección sorpresa (y pidió una gaseosa)

Una de las anécdotas más insólitas de la historia de El Encinar de los Reyes la protagonizó el propio Francisco Franco. Tras ver un documental sobre las obras de la urbanización en el cine privado del Palacio de El Pardo, su curiosidad fue tal que decidió hacer una visita por su cuenta.

"Casi al anochecer", se presentó en la zona en su coche particular y con una discreta escolta. Sin bajar del vehículo, recorrió en silencio las calles en construcción, observando el avance de las obras. En un momento dado, su coche se detuvo junto a un pequeño merendero o barraca que se encontraba en "tierra de nadie", un terreno que no pertenecía a la constructora. El dueño ya estaba cerrando cuando se encontró con el inesperado visitante, que le preguntó: “Buenas tardes. ¿Tiene un agua o una gaseosa?”.  El asombro fue mutuo. El hostelero se encontró cara a cara con el Jefe del Estado, y Franco se topó con un hombre que era "la viva imagen de aquel con veinte años menos". El General se refrescó con la gaseosa, observándolo todo en silencio. Tras terminar, dio las buenas noches y se marchó, dejando tras de sí una escena casi surrealista que pasaría a formar parte de la memoria oculta del lugar.

Esta es su historia:

La "Pequeña América" de Madrid fue mucho más que una simple anécdota de la España franquista. Fue un microcosmos complejo y vibrante donde el espionaje de la Guerra Fría convivía con las fiestas de Hollywood, la moral del régimen chocaba con la economía sumergida y las más altas esferas del poder protagonizaban escenas insospechadas. Estas historias demuestran que, bajo la superficie oficial de la historia, a menudo se esconden realidades que desafían todas las convenciones. ¿Cuántas otras historias sorprendentes de choques y simbiosis culturales permanecen ocultas en los pliegues de la historia reciente?

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